En este último año hemos vivido una pandemia llena de pérdidas y situaciones complicadas. La primera pérdida que vivimos fue la libertad de movernos. Aunque el confinamiento nos ayudó a frenar la expansión de la enfermedad, nos ha dejado algunos otros problemas. Las constantes restricciones, el aislamiento prolongado y el temor a la enfermedad y sus consecuencias han causado daños a nuestra salud psicológica. Estos daños pueden ir desde inseguridad y angustias hasta trastornos que alteran nuestra vida diaria y nos impiden retomar nuestras actividades.
Desde que el Coronavirus llegó a España hemos visto mucho sufrimiento a nuestro alrededor. Muchas personas han fallecido a casusa de la enfermedad y muchas otras aún conviven con las secuelas. Pero esta no es la única razón por la que hemos sufrido. Gran parte de nuestras actividades diarias han cambiado de golpe, sin dejarnos tiempo para asimilar esos cambios.
Una de las actividades que más afectada se ha visto es la enseñanza, no solo por el nuevo formato de clases online que han tenido que mantener de manera forzosa durante varios meses, sino por la reducción de contacto social entre los alumnos. Los jóvenes y adolescentes, cuya función principal son los estudios, han vivido un incremento del estrés al ver cómo esta crisis sociosanitaria causaba estragos en su año académico. Por otro lado, este estrés no solo afecta a los alumnos, pues los profesores han tenido que modificar todos sus métodos de enseñanza para adaptarlos a las nuevas medidas y medios. Por último, los niños han sido los más afectados, pues para ellos es más difícil atender a una clase online, su aprendizaje se ha visto muy retrasado, así como su desarrollo social, ya que no han podido asistir al colegio durante meses ni tampoco bajar a los parques a jugar con el resto de amigos.
El aislamiento social ha provocado más impacto en los más pequeños, pues los estudios sugieren que a mayor edad, menor impacto. Esto se debe a que cuanto mayor es la persona, más desarrollada está su personalidad y encuentra más formas de seguir adelante, pero en los niños y adolescentes, una de las principales formas de aprendizaje es la interacción con otras personas de su edad, por lo que todos los meses que han pasado en casa aislados, pueden haber afectado a su desarrollo psicosocial.
También se han visto muy afectadas las personas que trabajan, o han trabajado durante los primeros meses de aislamiento, de cara al público, ya sea en hospitales o en supermercados. El continuo contacto con personas desconocidas puede suponer un gran factor de estrés, pues estás expuesto y eso puede suponer que toda tu familia lo esté. Este estrés puede causar un estado de hiperactivación, pensamientos intrusivos o un malestar psicológico general. En otros casos, el estrés y el miedo han derivado en una negación de la pandemia y en comportamientos que ponen en riesgo la propia salud.
En cuanto a las personas que han perdido a alguien cercano, esta pérdida se ha visto agravada por la dificultad para llevar a cabo el duelo. En muchos casos no han podido despedirse de sus seres queridos, otras personas han tenido que ver cómo morían poco a poco sin poder hacer nada o incluso tener al fallecido en casa hasta que pudieran enviar a alguien a por él. Este tipo de situaciones tan extremas y complicadas dejan secuelas que pueden dificultar mucho la recuperación de la persona y el desarrollo del duelo.
Por todo esto, es importante dejarnos ayudar. Hay a quien le basta hablar con alguien de su entorno, recibir un poco de afecto y ver que poco a poco las cosas van volviendo a la normalidad. Pero en las situaciones más complejas, una ayuda profesional es la mejor opción, pues la prioridad de los psicólogos es aumentar el bienestar de los demás y ayudarles a superar todo aquello que les perturba.
Marta Rodríguez Sacristán
Psicóloga Sanitaria