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La risa de la vida

Oct 5, 2021

Vuelvo a escribir un pequeño testimonio, historias que ocurren y a pesar de ser detalles tan sencillos, son los más bonitos que te da la vida.

Actualmente me encuentro haciendo prácticas de enfermería en neurología (daño cerebral reversible) en un pabellón especializado en la rehabilitación de daño cerebral, personas que han tenido algún que otro accidente y les ha afectado bastante a su vida.

Esta es la historia de una mujer no muy mayor, 40 años, que sufrió un accidente, no sé exactamente qué tipo de accidente tuvo, ocasionando un daño cerebral grave. Fue ingresada en el hospital y se quedó en coma. Tras dos meses de coma, una buena mañana se despertó, toda una sorpresa para el personal; siempre es bonito ver que un paciente sale adelante, aunque sea el abrir los ojos.

Esta mujer fue derivada a la unidad en la que me encuentro para continuar los cuidados y empezar poco a poco la rehabilitación, determinar cuál ha sido el alcance de sus lesiones.

La mañana que la trajeron al pabellón, como siempre el equipo de enfermería hace una primera valoración de arriba a abajo, viendo todo, desde su estado físico hasta psicológico.

Es una paciente que presentaba traqueotomía y una PEG, que es un tubo que se comunica con el estómago para poder alimentarse, estaba sondada. Poco podía hacer la paciente, solamente movía los ojos, nos miraba con cara de tristeza, una mirada cansada. No dejaba en ningún momento de mirarnos. No movía nada, no podía hablar, no toleraba estar sentada en el sillón. Nada de nada, solo miraba.

Al tercer día de estar ingresada ya en la unidad, como siempre, antes de que se vaya el turno de noche se dice el parte al turno de mañana para ver cómo está cada paciente. Tras recibir todo el equipo de enfermería y el equipo médico el parte del turno de la noche, yo procedo a preparar la medicación con la enfermera. Empezar a ordenar toda la medicación y dejarla lista.

En ese momento decidí empezar por esta mujer, ya que era a la que más cositas había que poner, a la vez había que limpiar la traqueo, aspirar los mocos, etc., etc. Preparé todo lo que necesitaba, me cogí el carro de curas junto con toda la medicación. Tras llegar a la habitación, como siempre: “Holaaaa, buenooos días”, “ ¿Cómooo estás?”, “Mira que sol hace fuera”.

Procedí a limpiar la vía, meter medicación por vía intravenosa y mientras tanto ella solo me miraba con sus ojos, yo le iba explicando lo que iba haciendo. Tras limpiarle todo, aspirarle los mocos, cambiarle la cánula, procedí a quitarle el bote de alimentación que tenía y le prepararé agua para que bebiese: “Te voy a quitar ya el bote, que veo que te lo has comido todo todito, tenías hambre ehh”, “Voy a limpiarlo y lo lleno de agua para que puedas beber”.

Tras colocar el bote con agua y encender la máquina para que se metiera el agua en su cuerpo, ocurre una pequeña cosa tan bonita, que me dejó superemocionado: “Bueno peque, ya tienes todo preparado, voy a encenderte la máquina para que puedas beber agua, que sino, vas a pasar muuucha sed”. “Mira como va bajando el agua, sí que tienes sed ehh”.

Y en ese instante, duró muy poquito, diría como 4 segundos, ella se rió, SÍ, SÍ, se rió durante 4 segundos. Mi primera reacción fue mirarla con cara de no dar crédito a lo que había oído, pero sí, se había reído.

Una paciente que no podía hacer nada, no era capaz de moverse, solo te seguía con la mirada, ninguna palabra pero por un momento se había reído.

Y es que a veces no nos damos cuenta todo lo bueno que una simple sonrisa puede llegar a hacer.

Doy gracias por este pequeño regalo que recibí ese día y ojalá sepamos fijarnos y aprovechar los pequeños detalles que nos da la vida.

Testimonio de Alejandro Cilleruelo Campillos

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