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«Caminar fue mi forma de rezar: cada paso se convertía en oración».

Sep 19, 2025

El Camino de Santiago es mucho más que una ruta de peregrinación: es un viaje interior, una experiencia de transformación y, para muchos, un encuentro con lo esencial. En esta entrevista, conocemos el testimonio de David que decidió emprender el Camino en un momento vital de búsqueda y necesidad de desconexión.

Entre silencios, paisajes y encuentros con otros caminantes, descubrió que cada paso podía convertirse en una oración, que el dolor podía abrazarse y que la soledad también podía ser compañía. Sus palabras nos invitan a mirar el Camino no solo como un reto físico, sino como una oportunidad espiritual que deja huella más allá de la llegada a Santiago.

¿Qué te motivó a empezar el Camino de Santiago?

Lo que me impulsó a iniciar el Camino fue una búsqueda profunda de Dios en un momento de mi vida en el que necesitaba desconectar del ruido exterior y, sobre todo, de mi propio ruido interior. Sentía la necesidad de dedicar un tiempo exclusivo a la oración, la reflexión y el silencio. El Camino se presentó como una oportunidad de encuentro con lo trascendente, pero también conmigo mismo, un espacio donde caminar se convirtió en una forma de rezar.

¿Tenías alguna expectativa concreta antes de comenzar?

No partía con grandes expectativas materiales ni externas. Lo único que esperaba encontrar era paz, serenidad y, si Dios quería, alguna respuesta a preguntas que llevaba tiempo haciéndome. En realidad, más que esperar recibir algo, lo que quería era estar disponible: abrirme a lo que el Camino y la experiencia me quisieran regalar.

¿Buscabas algo en especial: espiritualidad, reto personal, desconexión…?

Buscaba, principalmente, espiritualidad y desconexión. Espiritualidad, porque deseaba un encuentro más íntimo con Dios; y desconexión, porque necesitaba alejarme de las rutinas, de las pantallas y de las prisas para volver a lo esencial. El Camino me ofrecía ambas cosas: la posibilidad de caminar hacia fuera y hacia dentro a la vez.

¿Qué emociones recuerdas con más intensidad de los primeros días?

Recuerdo con intensidad la sensación de estar acompañado por Dios en todo momento, especialmente a través de la naturaleza. Aunque a veces no me cruzaba con nadie durante horas, nunca me sentí solo. La grandeza del paisaje y la quietud del entorno me transmitían que Dios estaba allí, hablándome en cada detalle. Fue una mezcla de emoción, gratitud y asombro.

¿Hubo algún momento en que quisieras abandonar? ¿Qué te ayudó a seguir?

La verdad es que nunca tuve la tentación de abandonar. Era algo que había elegido con plena libertad y lo asumí también en sus momentos más duros. Al contrario, aprendí a abrazar esas dificultades como parte esencial del Camino. Lo que me ayudó a seguir fue recordar constantemente que cada paso era también una oración y un acto de entrega.

¿Qué papel tuvieron la soledad y la compañía de otros en tu experiencia?

Ambas fueron fundamentales. En la soledad sentía que Dios me hablaba directamente, que podía escucharle con más claridad. En la compañía de otros peregrinos, en cambio, descubrí que Dios también se hacía presente en sus palabras, en sus gestos y en sus historias. La soledad me recogía, y la compañía me recordaba que no caminamos solos en la vida.

¿Descubriste algo nuevo sobre ti mismo mientras caminabas?

Sí, descubrí maneras distintas de afrontar aspectos de mi vida que antes quizá me resultaban más difíciles de asumir. El Camino me mostró que soy capaz de vivir con más sencillez, más paciencia y con una fe más confiada.

¿Hubo momentos de reflexión que recuerdes especialmente?

Hubo muchísimos. En mi caso, prácticamente todo el Camino fue una oración continua. Cada kilómetro, cada paisaje, cada silencio se convirtió en un espacio de diálogo con Dios. Más que un momento puntual, siento que todo el recorrido fue un tiempo de profunda reflexión.

¿Sientes que el Camino te ayudó a replantearte alguna creencia o hábito?

Sí, sobre todo me ayudó a dar sentido a ciertos aspectos de la vida que a veces se nos hacen cuesta arriba, como el sufrimiento. Comprendí que, lejos de ser algo que debemos evitar a toda costa, el dolor puede convertirse en una oportunidad para crecer, para ofrecer y para unirnos más a Dios.

¿Cómo fueron las interacciones con otros peregrinos?

Fueron pocas, porque hice el Camino en una época en la que no había tanta gente, pero muy auténticas. Cada encuentro era valioso y profundo. De hecho, sigo manteniendo contacto con algunos peregrinos con los que compartí etapas y conversaciones muy significativas.

¿Aprendiste algo de esas personas o de su manera de afrontar el Camino?

Sí, sin duda. Muchas veces, sin proponérselo, esas personas me daban auténticas lecciones de vida. Me sorprendía cómo, en su forma de caminar, en sus relatos o en su actitud ante las dificultades, transmitían aprendizajes que me marcaron.

¿Hubo algún encuentro que te marcara especialmente?

Sí, recuerdo especialmente a un peregrino cuya vocación era ser «peregrino perpetuo». Caminaba por el mundo rezando por un mundo mejor. Su entrega y su fe me impresionaron profundamente. También guardo un recuerdo muy especial de dos peregrinos portugueses con los que compartí momentos de gran humanidad.

¿Cuál fue el mayor reto físico y cuál el mayor reto mental?

En lo físico, mi mayor reto fue la mochila: me pasé con el peso y, teniendo problemas de espalda, hubo etapas que se me hicieron realmente duras.

En lo mental, el desafío fue situar y orientar ciertos aspectos de mi vida, poner orden en mi interior y atreverme a mirar de frente lo que necesitaba transformar.

¿Qué estrategias usaste para afrontar el cansancio o la frustración?

Mi principal estrategia fue apoyarme en la oración. Hablar con Dios en los momentos de mayor cansancio me daba fuerza. También me ayudaba parar, respirar, estirar y recordar que no se trataba de correr, sino de caminar con sentido.

¿Dirías que el Camino fortaleció tu resiliencia?

Sí, sin ninguna duda. Aprendí a no rendirme, a acoger la dificultad como parte del proceso y a descubrir que siempre se puede dar un paso más, incluso cuando crees que ya no tienes fuerzas.

¿Cómo describirías la diferencia entre la persona que empezó y la que terminó el Camino?

Creo que sigo siendo la misma persona, pero con más herramientas, con más paz interior y con una relación más cercana con Dios. El Camino no terminó al llegar a la meta: me mostró que todavía queda mucho por recorrer, pero ahora lo afronto con otra mirada.

¿Qué aprendizajes te llevas a tu vida diaria?

Muchos, pero quizás el más importante es aprender a abrazar el dolor y la cruz de cada día. Entender que el sufrimiento no me aparta de Dios, sino que puede ser un camino para unirme más a Él y para vivir con mayor esperanza.

¿Crees que el Camino cambió tu manera de entender la vida o tus prioridades?

Estoy convencido de que sí. El Camino me cambió en muchos aspectos: me enseñó a valorar lo sencillo, a relativizar lo que antes me parecía urgente, y a poner a Dios en el centro.

¿Cómo fue el regreso a tu rutina después de esta experiencia?

El regreso no fue fácil, porque la vida seguía con su ritmo y sus exigencias. Sin embargo, yo había cambiado. El Camino seguía dentro de mí, y me ayudaba a afrontar la rutina con una actitud distinta, más serena y con otra perspectiva.

¿Sientes que la huella del Camino sigue presente en ti? ¿De qué forma?

Sí, absolutamente. Trato cada día de aplicar las vivencias y enseñanzas que recibí en el Camino: la paciencia, la gratitud, la oración constante y la confianza en Dios. Esa huella me acompaña y me sostiene en los momentos difíciles.

¿Repetirías la experiencia o recomendarías a otros hacerla? ¿Por qué?

Sí, sin dudarlo la repetiría, tanto en soledad como acompañado, porque cada experiencia es distinta y cada Camino aporta algo nuevo. La recomendaría a todo el mundo, pero de forma especial a quienes estén en búsqueda o necesiten parar y encontrarse consigo mismos. El Camino tiene un lenguaje universal que habla a cada persona de una manera diferente.

David de la Guía para Clínica Jericó

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